lunes, diciembre 10

Sueños para llevar


Creía saber de ti. Casi podía tocar el momento en que te acercarías a preguntar mi nombre. Estuve a nada de saborear el roce de tu mano, con la que tan anticuadamente me invitarías a bailar. Y por un segundo, creí haber vivido ese aroma que iba dejando tu mirada al pasar.
Sin embargo, alguien más me nombró en tu presencia, tú no supiste cómo llamarme y resultó que tampoco te gustaba bailar. Me seguía quedando el fresco de tus ojos, que eran desaire y disfrutaban de ser enigma. Caminaba al unísono con el resonar reservado de tus pasos, siempre a un lado tuyo, siempre con ganas de gritarte mis ansias.
De confesarte, arrullarte, desvestirte y aprehenderte. De aprenderte.
¿Se prepara un discurso o se espera a que las bocas se encuentren para así besarse todas las promesas?
Porque de tener que hablar, temo decirte que por primera vez no me sudan las manos. Mis ojos brillan más que al llorar, mi corazón late más fuerte que cuando fue decepcionado y mi cabello jamás se ha visto más enamorable.
Intruso, soy el de las fijaciones ridículas. El que siempre tropieza al caminar y cada mañana garabatea lo que le hubiera encantado ver en sus sueños. Vine a presumirte lo bonito que me veo cuando te escucho hablar, vine a invitarte un traguito de mi locura, para que te embriagues de inmediato con lo que podríamos aventurarnos a hacer si me tomas de la mano.
Lo que sucede es que esta luz es demasiado penetrante en mis adentros, y desde el lado izquierdo de mi dicha, se produce esta melodía hermosa que evoca una libertad que te quiero compartir. Lo que sucede es que he perdido el temor, y si la electricidad en mis labios provocada por tu cercanía, no se equivoca, quiero que sepas que esta sonrisa es advertencia, júbilo y verdad.
Estoy listo.

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