viernes, enero 11

Punto positivo

Pitágoras tiene la respuesta

Imagina que tú y tu familia están dentro de una casa. Esta casa tiene cuatro ventanas, cada una dirigida hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales. Cuando algún miembro de la familia se asoma por alguna de estas ventanas percibe el mundo de manera única, completamente diferente a la de los demás. Ninguna de estas percepciones está bien o mal, sólo refleja una realidad. En la noche, todos se reúnen alrededor de la mesa para compartir lo que vieron, lo que sintieron y lo que pensaron de lo experimentado.

Como la percepción de cada quien forma una realidad, inevitablemente, en el transcurso de la conversación, cada cual expondrá su visión con el convencimiento absoluto de que habla sobre la verdad: su verdad. Por lo tanto, surgirán puntos de vista diferentes, discusiones que tendrán grandes probabilidades de derivar en conflictos y, quizás, en rupturas.

Así somos los seres humanos. Para el ego, nuestra opinión, nuestras creencias o ideas son posesiones mentales tan valiosas como las materiales. Y aceptar que no tenemos razón es como si alguien nos despojara de algo imprescindible para la supervivencia. Por lo que estamos dispuestos a defenderlas como fieras.

Nietzsche afirma que es más probable que una persona creyente mate a otra, a que lo haga una no creyente. El creernos únicos dueños de la verdad nos deshumaniza. El caso es que en la vida siempre hay personas que ven el mundo desde otra ventana, es una constante que, cuando no sabemos aceptarla, amenaza cualquier tipo de relación, ya sea que se trate de la relación entre padre e hijo, hermanos, amigos o compañeros de trabajo. Al respecto, una buena pregunta que hacernos es: ¿quiero tener la razón o ser feliz?

Como nuestra felicidad depende del estado de nuestras relaciones, comparto contigo, uno de los preceptos de la filosofía de Pitágoras, el filósofo y matemático griego del siglo V, según el cual, la realidad de todo lo existente es de naturaleza matemática.

Veamos: el universo se rige por un orden y una armonía. Esta relación regula todo el universo. Es así que lo que existe en el espacio, físicamente hablando, son puntos, líneas, superficies o cuerpos. Lo anterior tiene un valor matemático. Si al punto le añado un número, es un uno; si añado dos puntos es una raya; tres puntos forman un triángulo, por ende una superficie. Si a esta superficie le agrego un cuarto punto, se forma una cúspide, una figura sólida, un cuerpo. En fin, todo lo que conforma el universo es la suma de uno más dos, más tres y más cuatro.

Sin embargo, Pitágoras afirmaba que también en lo anímico, hay otras cosas que esencialmente tienen un valor numérico: el número uno, es el de la razón, porque sólo puedo tenerla cuando estoy solo. La razón le compete a la soledad. Mientras estoy solo, tengo la razón. El número dos es el número de la opinión, pues cuando ya hay otro, no puedo ser dueño absoluto de la razón. Lo cual quiere decir que en una relación humana son mi razón y tu razón las que hacen que surja la opinión. Si respetamos mi opinión y tu opinión, tendremos como resultado la justicia.

La justicia se representa por el número cuatro. Y cuando a través del respeto la relación se da en equidad entre mi justicia y tu justicia, surge el número ocho: el amor.

En suma, el amor en cualquier tipo de relación, se da, se basa y sólo puede crecer con el respeto y la justicia recíproca.

Sabiendo esto, vemos lo estéril e inútil que es caer en discusiones que deterioran cualquier tipo de relación. ¿Cuántas negociaciones se truncan por no asomarse a la vista que percibe el otro desde su ventana? ¿Cuántas guerras entre países se producen por no respetar y comprender que cada uno tiene su propia visión del mundo?

Sí, Pitágoras tiene la respuesta…

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