lunes, agosto 6

Sueños para llevar


Soy un asesino.
Soy de los que no matan ni a una mosca. De los que no toca ni a una rosa. De los que pide permiso antes de hacer cualquier cosa. Soy de esos hombres que se consideran clásicos, tan clásico que aún te toca la rodilla por debajo de la mesa; pero verás: anoche me convertí en un asesino.
—« ¿Te imaginas que pudiéramos estar así, juntos, lado a lado por el resto de nuestras vidas?» —me dijo mientras colocaba un cigarrillo en el corazón de sus labios.
—«No puedo prometerte un por siempre, pero ¿Qué te parece si lo intentamos todos los días?» —le contesté poniéndole drama a cada una de mis palabras. Sonrió.
Las cosas que te hace decir el corazón y, claro está, la juventud.
Y luego entonces, me encuentro en un café, en una ciudad diferente, en un cuerpo diferente, dos años después. Sigo siendo yo… ¿Lo sigo siendo? ¡Bah! Ni el espejo me reconoce.
Se marchó sin hacerme dramas, sin un último beso, sin una cachetada o algún reclamo con autoridad de destruirlo todo. Se fue sin llevarse el cepillo de dientes, pero sí con todos mis minutos; sin las ganas de querer volver y con todo lo que fuimos. Solamente me dejó esta soledad que ahora la divido en dos y de vez en cuando la dejo olvidada por debajo de alguna sábana, mientras el sudor me lo permita.
Has de saber que soy de los que no mata ni a una mosca, pero verás: anoche me convertí en asesino. Anoche, sí, hace apenas unas horas, maté lo poco que quedaba de tu recuerdo.
¿Mi sentencia? Ser feliz sin ti.

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