lunes, agosto 13

Sueños para llevar

Cerillo y gasolina

Las piernas de él vibraban, parecía que casi temblaban como si tuvieran miedo, pero en realidad, sólo vibraban, y entre ellas el fuego se hacía notar. Se encendía de pronto una llama que sin pedir permiso, sin importarle prudencia alguna, iba recorriendo cada una de sus venas. Su sangre quemaba. Parecía que de su boca salían pequeñas flamas. Tenerla tan cerca le provocaba violentos espasmos, y su pecho de pronto se veía convertido en un tambor cuya música le impedía escuchar su propia respiración.

Cerillo y GasolinaLa miraba, pero entre más la miraba, más le era imposible no acercarse a tocarla, a explorarla con la yema de sus dedos, con la cercanía de sus pupilas, con sus labios sedientos.

Ahí estaban, empapados los dos, huyendo de una tormenta, esperando a que su furia cesara y les permitiera continuar con su andar. Pero él ya había olvidado por completo su destino, olvidó que caminaban juntos para reunirse con un par de empolvados amigos, olvidó que ella era ajena, y que en la vida sólo compartían una amistad sincera. Lo olvidó todo, lo hizo a un lado, el fuego fue quemando cada una de las millas de dolor, miedo y prejuicios que los separaban.

Y a pesar de que a ella se le había deshecho el peinado, y su maquillaje se había corrido, él jamás la había encontrado tan hermosa. Las gotas de lluvia le escurrían desde la cara, bajaban por sus labios que temblaban de frío, acariciaban su cuello y corrían despacio hasta perderse y esconderse entre sus pechos. Tuvo el impulso de ir a buscarlas, de averiguar hasta dónde iban a parar esas afortunadas gotas que cubrían todo su cuerpo. Sintió celos. Le hubiese encantado ser el agua que brotaba del cielo para poder recorrerla sin permiso, para humedecer toda su piel, para llenar cada uno de sus poros.

En ese callejón sin salida, lo único que deseaba era poseerla, invitarla a quemarse debajo de la lluvia dentro de su propio incendio. Ella lo miró, parecía que acababa de darse cuenta de que entre ellos, nacía poco a poco un vapor. El frío que la hacía temblar, se apagó en cuanto él se acercó y le mordió los labios. Se atrevió a encenderla con sus manos, y ella accedió a decirle adiós al frío, accedió a su pulso acelerado, al tacto de unas manos nuevas.

Una mujer, el cerillo. Un hombre, la gasolina.
Una explosión sin duda, era el único destino al que ambos se dirigían

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