lunes, octubre 22

Sueños para llevar


Un día.

Un día me sonrieron y supe qué hacer.
— ¿Ves ese punto en el cuál la tierra y el cielo se juntan? — pregunta Roberto.
— Sí. —le dijo Martha.
— Bueno, pues ahí me encontrarás. —terminó tragándose el miedo.
Una tarde cualquiera, como esas que te arrastran por  ningún lado y por todos lados. Una tarde tan llena de sueños y daños. Una sonrisa única.
vasqNunca comprendí la belleza de su mirada hasta que cerró los ojos y me dejó sin ella. Martha, una chica repleta de miedos pero carácter fuerte, de cabello corto y mirada concreta, una diosa y musa. Mi musa. Roberto, un joven escritor, romántico por excelencia y empedernido por las letras. Dos perfectos extraños en perfecta sincronía, sinfonía y armonía.
Resulta que del otro lado del espejo es donde te veo. Sí, conmigo y no sin mí. Contigo y no sin ti. Tengo trescientas cincuenta y cinco letras para enamorarte, guardo una rosa para ese día en el cuál decidas suspirar y conservo un «Hola» con sabor a «Quédate». Y es que los daños siempre tienen un porqué, pero mis suspiros tienen un por quién.
Hace 18 versos que imaginé una noche con vista a sus ojos, esos ojos que me suben y desarman más rápido que un pestañeo; una mañana con vista a su boca, esa boca que siempre tiene los verbos exactos para desnudar mi sonrisa, pedacito a pedacito. Y entonces sujetó mi mano y con ella tomó mis miedos y los apartó.
De ser noche, quisiera ser sus lunares; de ser letra, sería de su boca; de ser latido, sería de ella.
Y es entonces cuando el destino aparece para quedarse. Sí, ese destino con nombre y apellido. Nunca se equivoca. No me equivoco. El truco está en encontrar a quien te haga soñar despierto, a quien te detenga el tiempo y acelere el corazón. El truco es dejar de tener truco.
No vengo a contarte de mí, mejor háblame de nosotros.
Un día me sonrieron y mi vida jamás volvió a ser la misma. Y entonces supe que hacer.

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