viernes, julio 6

Punto positivo

¡Suelta los cubiertos!

¡Ah, los placeres de la comida! El estómago comienza sutilmente a enviar señales de que ya tiene hambre.

¡Ah, los placeres de la comida! El estómago comienza sutilmente a enviar señales de que ya tiene hambre. Un poco más tarde se nos hace agua la boca con sólo pensar en los aromas y la vista de los platillos. Por fin nos sentamos a comer, tomamos los cubiertos con parsimonia. “Mmm, qué rico…”, exclama el estómago al recibir el primer bocado. Sin embargo, ese gozo le dura poco. Enseguida, cual bombardeo de guerra, el tubo digestivo recibe uno tras otro los alimentos sin que tenga tiempo de disfrutar, separar o digerir bien cada trozo, mismos que suelen ser más grandes de lo que puede procesar.
 
427335_298667963514249_204817859565927_735096_360266761_n_largeObserva: la mayoría de las personas lleva el tenedor a la boca a la velocidad del rayo, ya sea por el apuro de conversar, el poco tiempo que tiene para comer, lo rico que está el platillo; por simple hábito, porque su atención está en la televisión o porque piensa que el hambre se saciará más rápido. Quien padece las consecuencias es la panza. Cumplida como es, para poder sacar su trabajo adelante, tiene que producir desagradables síntomas de indigestión.

La prisa al comer se presenta aún cuando nos reunimos con la familia o los amigos de manera relajada. El caso es que olvidamos por completo aquello que nuestras mamás algún día sabiamente nos dijeron: “Come despacio y mastica bien.” Este es el primer paso para tener una buena digestión, por ende, también es el principio de una salud mejor.

En realidad, comer apresuradamente no es más que un reflejo de lo acelerados que estamos por dentro. Es un síntoma de que buscamos la gratificación instantánea en el siguiente bocado, en el siguiente momento, en el siguiente día; en lugar de respirar y valorar el presente.

Masticar bien no es difícil, lo es más desarrollar la paciencia, el saber estar y apreciar los sabores, la compañía y el trabajo de quienes prepararon los alimentos. Es un acto de generosidad hacia ti mismo y hacia los demás.

“Cuando no masticamos bien la comida, ésta se atora en el píloro, en el tracto digestivo y resulta en inflamación de abdomen y todo tipo de molestias estomacales”, dice el gastroenterólogo José María Zubirán.

Todos nuestros órganos se beneficiarían con sólo poner a trabajar más a la aperlada dentadura, hasta que la comida quede como papilla para bebé.

Entre los múltiples beneficios de masticar bien están el que tu digestión mejora, ya que los nutrientes viajan y se absorben más fácilmente; ¡adelgazas!, ya que comes menos al volverte más consciente de los niveles de saciedad antes de saturar al estómago con comida; reduces la posible acumulación de bacterias nocivas que provocan flatulencias y mal aliento; fortaleces tu sistema inmunológico y sobre todo, saboreas más la deliciosa comida.

Cuatro claves que recordar:

  • Respira. Al sentarte a la mesa, inhala y exhala tres veces para realmente acabar de “llegar”. Esto te ayudará a cambiar el ritmo que traías antes de sentarte a la mesa.
  • Haz una pausa. Suelta los cubiertos entre bocado y bocado. Esto cuesta un poco de trabajo si tienes muy arraigada la costumbre de apurar la comida. En lo personal he encontrado que ese tipo de pausas me ayudan a estar más presente.
  • Parte bocados más pequeños. Esto además de ser benéfico, te hará ver más elegante.
  • Reanuda tus intenciones. Si las molestias estomacales te recuerdan que olvidaste tus buenos propósitos y comiste muy rápido, en la próxima comida inténtalo de nuevo. Te puede llevar de dos a tres semanas cambiar un hábito. Por lo menos comienza por masticar despacio el primer bocado. Lo demás… ¡es ganancia!

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