viernes, mayo 4

Punto positivo

¿Hablar? ¿Callar? ¿Mentir?


¡Riiiiiing! Eran las 3:00 de la mañana y el celular sobre el buró despertó a Ana, quien extrañada y exaltada por la hora se levantó de inmediato a contestar y rápidamente se metió al baño para no despertar a su marido. “¿Bueno?, ¿bueno?” Silencio… Vio la pantalla y se dio cuenta de que la llamada venía del teléfono del esposo de su mejor amiga. “¿Bueeenoo?” “Jajaja” se escucharon las risas de una pareja al otro lado de la línea. De inmediato se oyó el sonido de la puerta de un coche que se cerró al mismo tiempo que se escucharon besos, palabras románticas y seductoras de una pareja enfiestada. Ana reconoció claramente la voz de su amigo; mas la otra voz no era la de su amiga. El corazón se le paralizó: “¿Cuelgo?, ¿no cuelgo?” 



Lo primero que a Ana le llegó a la mente con enorme indignación fue la imagen de su amiga con un embarazo de cuatro meses y sus dos hijos pequeños en casa. 




Movida por la curiosidad y llena de coraje Ana continuó a la escucha durante una hora más, hasta que Luis, su marido, se dio cuenta de la situación y la obligó a colgar el teléfono.
Esa noche Ana ya no pudo conciliar el sueño. Pasaron dos semanas y un enorme conflicto interno la perseguía día y noche: “¿Le digo a mi amiga?, ¿o no le digo? ¿Qué es lo correcto? ¿Si yo fuera ella, me gustaría saberlo? Sí, ¡claro que si!… No, mejor no”.




Éste es un ejemplo de los dilemas en los que seguramente, tanto tú como yo, nos hemos encontrado alguna vez: ¿hablar, mentir o callar? Estas encrucijadas no necesariamente son de vida o muerte, pueden tratarse de una infidelidad, de una pregunta con mayor trascendencia como: “¿Me amas?”, o de una más inocente como: “¿Cómo me veo con este vestido?”, o de una profesional, del estilo: “¿Cómo viste mi presentación en la junta?”. 




La experiencia nos demuestra que aquello de “la verdad os hará libres”, en realidad al único que libera es al que la dice, porque aunque no cabe duda de que los secretos pesan y pesan mucho, pues como entes prisioneros buscan desesperadamente la salida, al salir a la luz muchas veces acarrean serias consecuencias. Al mismo tiempo, la verdad puede dañar y dañar mucho; y lo más probable es que, al liberarnos de ella hundamos a la otra persona. Muchos hemos sentido el agujero en la panza al escuchar la frase: “Te voy a decir la verdad…”



¿Tú qué harías?




Te invito a preguntártelo. El filósofo Emmanuel Kant, decía que nunca –bajo ninguna circunstancia–, aun si se tratara de proteger a un amigo, había que mentir. “Moralmente es algo malo. Sin excepción ni excusas. La verdad ante todo.” Su idea es la del imperativo categórico, como él lo llamaba. Este imperativo es una orden: “No mientas”, punto. Desde esta perspectiva, la verdad es una obligación moral sin importar las consecuencias ni las circunstancias. Según Kant, lo contrario puede dar lugar a un principio por el cual todos podríamos mentir cuando así conviniera. 




Kant pensaba que la moralidad era un sistema de imperativos categóricos. 
En contrapunto con la visión de Kant, está la idea de los sufis cuya filosofía es: “En una relación, la honestidad está por encima de la verdad”. Es decir, lo más importante es cuidar el corazón de una persona. Si con la verdad te daño, mejor me callo; y ante la duda, lo mismo. La honestidad para ellos describe el amor espiritual, no daña y está por encima de una verdad egoísta. Nos invita a olvidarnos de la escala de la verdad: no puede haber relación entre decir la verdad y ser honesto. 




La honestidad está en cada uno de nosotros, según nos dice el sufismo, y tú eres el único juez. Lo que está de fondo es que si nos dedicamos a no dañar, trátese de la naturaleza, de mi ciudad, de los animales o de las personas, implícitamente estamos amando. Y ésa es la meta a alcanzar como ser humano. A este mundo venimos a gozar, a hacer gozar sin dañarnos y sin dañar al otro, si lo logramos somos seres éticos. 




Entonces, tú qué opinas: ¿hablar?, ¿callar? ¿mentir? ¿decir la verdad?

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