viernes, mayo 18

Punto positivo

No hay problemas, sólo oportunidades

Mientras me deleitaba con las pinturas que se exponían en el museo, llamó mi atención la presencia de un perro guía labrador. Lo seguí con la mirada y descubrí un cuadro de la vida real que me hizo detenerme con asombro y admiración: una mujer ciega apoyada en su bastón blanco y tomada de la mano de su amoroso marido recorría la exposición. La pareja se detenía en cada cuadro y él le explicaba al oído lo que todos a simple vista veíamos; mientras el perro y un hijo adolescente esperaban tranquilamente con paciencia infinita. La escena era verdaderamente conmovedora. 

No sabía quién me emocionaba más: ella por su actitud, el esposo por su generosidad, el perro por su nobleza e inteligencia o el hijo, quien sólo por la edad podría ser impaciente e intolerante. Además, ¿cómo explicas una pintura de Picasso? ¿Cómo describes los diferentes tonos y colores?, ¿las formas?, ¿el cubismo? Al mismo tiempo, me hizo reflexionar sobre lo poco que he apreciado el gran regalo de la vista. 

Fue entonces que me cuestioné con qué facilidad nos quejamos de las cosas. Con qué facilidad nos fijamos en lo que nos falta. Con qué facilidad olvidamos las bendiciones de las que gozamos. ¿Qué precio tiene el sentido de la vista? Eso fue lo único en lo que pude pensar en ese momento. Pero cuán necesarios son este tipo de maestros que nos hacen recordar y valorar lo felices que somos.

Lo cierto es que la vida es 10 por ciento lo que nos pasa y 90 por ciento cómo reaccionamos a aquello que nos pasa. Si bien esta familia es ejemplar para todos nosotros, lo es en especial para las personas que se jubilan de la vida a temprana edad, para las que se quejan de todo, para las que se sienten interesantes al presentarse como víctimas, para las que se ahogan en un vaso de agua, para las que dejan de vivir el presente por estar en el pasado o en el futuro y cuya atención sólo se concentra en aquello de lo que carecen o que les falta.

Ésta, como tantas otras historias que presenciamos o llegan a nuestros oídos, nos enseña que es posible darle un giro a los desafiantes retos de la vida; nos muestra que un problema se puede convertir en oportunidad cuando el ser humano hace uso de su grandeza. Y que, de la misma manera, podemos ver cualquier experiencia como una oportunidad para vivir mejor. 

En el momento en que una persona hace de cualquier minucia un problema, se define como víctima y su percepción de la vida se inunda de miedo, duda y ansiedad. En cambio, si decide ver un acontecimiento difícil como una “oportunidad”, se sentirá bien consigo misma, encontrará más fácilmente nuevas opciones o una salida, y se abrirá a los regalos y a la inspiración.

Es por eso que te invito, querido lector, a darte cuenta cómo con frecuencia hace falta hacer una pausa, ver a nuestro alrededor para preguntarnos: “¿Qué es lo que sí está bien en mi vida?” y saborear el instante, los momentos dichosos, sin importar cuán pequeños sean. Por ejemplo, en un día común y corriente, puede ser cualquier cosa la que nos proporcione gozo y felicidad: el clima, el sentirnos sanos y descansados, el haber sacado adelante algo de trabajo o una taza de buen café.

Por último, ¿qué valor tiene poder distinguir la vasta gama de colores al abrir los ojos por la mañana? Tiene mucho valor, es un regalo de la vida. Desde esta perspectiva, abrámonos a percibir las cosas de manera diferente. Piensa en algún “problema” que tengas en este momento, y ponlo en otra dimensión, velo como una oportunidad antes que como un inconveniente. En ocasiones un problema grande se supera con un pequeño cambio de perspectiva.

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