lunes, mayo 14

Sueños para llevar

El eterno masoquista

Creo que siempre te adiviné mejor de espaldas. Creí que mis ojos nunca iban a cansarse de verte partir antes de mí. Da igual, para cuando desperté estábamos muertos; o tú, o tú y yo. Resultado de un todo que termina vacío.

No me faltaste, no realmente. Tuve amor, figura, autoridad, familia. Tuve todo a lo que renunciaste, y fui feliz y soy feliz. En mí no hay huella de ausencia, sólo un hueco a lado, un testigo callado que nunca entenderá del todo tus ganas de fracaso. Un niño interno que me reta a reclamar tu distancia para dejarte atrás.

De lejos te analicé y puede que el camino haya calmado mis ganas de juzgarte. Pero no te perdono, por lo menos todavía. Me afectas aunque no quiera, ese hueco me sigue. Ahora parece más un hoyo negro que absorbe y jala, con ayuda del tiempo, cada recuerdo de ti; absorbe cada vez con más fuerza el cariño, el odio y hasta la lástima.

Te escucho cada vez más recuerdos inventados; hablas de mi infancia como si la hubieras vivido. Supongo que es la forma en que tus ojos encuentran alguna fuerza para enfrentar los míos.

Tranquilo, ya no hay reclamos, ya ni la sangre nos une. La mía es fuerte, llena de ganas y vida; la tuya triste y vencida. Eres el incansable masoquista, ése que destruye cada polvo de sonrisa que pueda tocarlo, un niño al que la cobardía no le permitió crecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario